Nueve convicciones provenientes del fundamento de la predicación bíblica

Nueve convicciones provenientes del fundamento de la predicación bíblica, Jay E. Adams

Nueve convicciones provenientes del fundamento de la predicación bíblica, Jay E. Adams

Los puntos en los que verdaderamente creemos determinan lo que hacemos. Los aspectos en que creemos en el fundamento de nuestro corazón acerca de la predicación determinarán como la realizamos. En ese sentido, nada puede ser más práctico que nuestra teología acerca de la predicación. Las nueve convicciones que siguen son fundamentales para la predicación bíblica.

El objetivo fundamental de la predicación es agradar a Dios

Es una convicción central de la fe que Dios es soberano y que todas las cosas necesitan ser hechas para agradarlo. Agradar a un Creador Soberano significa descubrir lo que él desea y, por medio de su gracia, hacer su voluntad. Predicar la Palabra de Dios del modo de Dios debería ser el objetivo de predicadores fieles. Como soberano, Dios nos dice qué predicar y como hacer eso. Ministros de la Palabra no tienen el derecho de desviarse de sus instrucciones. Ideas y especulaciones humanas, por lo tanto, necesitan ser extrañas al púlpito.

La predicación agrada a Dios únicamente cuando es fiel a las Escrituras

La predicación cristiana comienza con la Escritura. A menos que los predicadores adquieran y mantengan las convicciones propias – y, por lo tanto, actitudes que vienen de ellas – en las Escrituras, ellos fallarán en predicar del modo que agrada a Dios. La eficacia de nuestra predicación no es determinada por el número de personas que la están presenciando, ni por el número de profesiones de fe, sino que por la fidelidad de los predicadores al mensaje que somos llamados a predicar. Aquellos que no proclaman la Palabra de Dios fielmente pueden alegar números y supuestas conversiones y profesiones de fe. Y algunos que hacen eso fallan en atraer seguidores en grandes números. El Dios soberano es el que produce los resultados. Cuando Isaías comenzó a predicar a un pueblo rebelde, fue informado anteriormente que los resultados serían mínimos porque el pueblo carecía de los ojos para ver y de los oídos para oír. El fracaso para obtener resultados visibles, entretanto, no debe ser usado como una disculpa para predicaciones defectuosas.

Ese mensaje, en toda ocasión, necesita ser fiel a la Biblia. El predicador es un portavoz (kerix) cuya tarea es transmitir la verdad de Dios a su pueblo y llamar los electos del mundo para la iglesia. Para esos fines, necesitamos entender lo que se exige de nosotros y como lograr eso.

Las Escrituras son las palabras escritas inerrantes e inspiradas de Dios

Todos los verdaderos predicadores reconocen la Biblia como una fuente de la cual aprender y proclaman la verdad de Dios. Ellos aceptan lo que leen ahí como palabra inspirada e inerrante en los originales. Por “inspiración” (el término en 2Tm 3.16 significa “soplado por Dios”), ellos entienden que las palabras bíblicas son tanto la palabra de Dios como si él las hubiese dicho por medio del soplo. Si alguien pudiese oírlo hablar, él no diría nada más, nada menos y nada diferente de lo que está escrito por medio de sus apóstoles y profetas. Las Escrituras son las exactas palabras de Dios por escrito.

La predicación es una responsabilidad sagrada

La actitud que esas convicciones deberían traer es la reverencia por el texto que el predicador expone, junto con un gran deseo de aprender lo que cada trecho significa, de modo de comunicar ese entendimiento de ese mensaje a aquellos que escuchan. Y más que eso, os intérpretes que confían en las Escrituras reconocen que están lidiando con la información más importante de toda la vida y quieren ser fieles al hacer eso. No nos ocuparemos con un estudio ordinario o con la preparación inadecuada de mensajes. Reconoceremos que en todo lo que digamos representamos al Dios del universo y que, si fallamos en entender o proclamar fielmente la verdad, destorcemos a Dios. Ser fiel al texto y al Espíritu Santo que hizo que fuese escrito es nuestra preocupación fundamental. En relación con eso, los ministros conscientes siempre mantienen 2 Timoteo 2.15 como su referencial.

El plan para las Escrituras no incluía sólo a los lectores originales, sino también para nuestros oyentes hoy.

Como portavoces que llevan un mensaje de Dios a aquellos que lo escuchan, no quedaremos satisfechos con un abordaje del texto que lo ve como algo del pasado, algo que está lejos. Nosotros somos agradecidos porque las Escrituras son para todos los tiempos, para personas en todos los países. Recordamos las palabras de Pablo cuando declaró que “estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros” (1Co 10:6) y que “están escritas para amonestarnos a nosotros” (1Co 10:11). Consecuentemente, necesitamos entender que el mensaje del texto es para la edificación de nuestros oyentes como lo fue para aquellos a quienes originalmente fue escrita.

Creyendo en eso, necesitamos predicar el texto como un mensaje contemporáneo. Direccionaremos las palabras del texto a nuestra congregación como si ellas hubieran sido escritas con ellos en mente. Hacemos así porque, como Pablo explicó, eso es verdadero. Por lo tanto, no haremos clases relacionadas con lo que aconteció con los amalequitas; sino que, hablaremos al respecto de cómo la experiencia de ellos está relacionada a los miembros de la iglesia. Eso significa que no predicaremos sobre los amalequitas, sino sobre Dios y su pueblo a partir del relato del procedimiento de Dios con los amalequitas. Nuestra predicación, entonces, será vigorosa y contemporánea en su naturaleza.

Los predicadores hoy, como el Señor que poderosamente escribió a siete de sus iglesias en Apocalipsis 2 y 3, analizan su congregación de forma que lo que predican alcance sus necesidades. Aunque la predicación pueda ser expositiva, como cuando alguien predica un libro en secuencia, la propia elección del libro bíblico debe ser hecha teniendo esas necesidades en mente.

La intención original del texto determina su mensaje para los oyentes hoy

Predicadores instruidos necesitan demarcar partes de las Escrituras para sermones con base en su intención. Esa intención también puede ser referida como el telos o el propósito de la sección. Todo pasaje para ser predicado, entonces, es seleccionado porque en sí mismo es un mensaje completo de Dios. Ese mensaje puede ser parte de uno mayor, pero es un mensaje que desafía al creyente a creer, a dejar de creer, a cambiar o a hacer alguna cosa que Dios desea y que, al final de cuentas, contribuirá para los dos grandes propósitos de la Biblia – ayudar a los miembros de nuestra congregación a amar a Dios y a su prójimo.

En toda la historia de la predicación, felizmente eso con frecuencia no fue así, los predicadores usan las Escrituras para sus propios propósitos y no para los propósitos para los cuales ella fue dada, perdiendo así el poder inherente a cualquier parte usada en la predicación. No es sin razón que el evangelio de Juan es usado más frecuentemente que cualquier otro para llevar al conocimiento salvador de Jesucristo; él fue escrito para ese propósito. El Espíritu, que produjo la Biblia, bendice su uso cuando la intención del predicador es la misma que la de Él mismo.

El tema de cada mensaje es Dios y personas

La predicación contemporánea que proclama el mensaje de Dios a su pueblo es siempre personal. Eso no significa que el predicador no intentará predicar como si fuera una clase expositiva. Necesitamos evitar el lenguaje y los conceptos abstractos. No hablaremos al respecto de la Biblia. Necesitamos “abrir” las Escrituras como Jesús lo hizo (Lc. 24.32), informando nuestros oyentes sobre su contenido, pero siempre haciendo visible la relevancia de los textos para ellos. Reconocemos que no estamos apenas haciendo un discurso sino que estamos predicando para personas sobre su relación personal con Dios y su prójimo. Eso quiere decir: necesitamos delinear nuestro sermón en el modo de segunda persona. La palabra predominante no será yo, él, ella o eso, sino que usted. Necesitamos aprovechar lo que Jesús dejó acerca de ese aspecto de la predicación en el sermón del monte.

La claridad es fundamental

A fin de predicar de forma eficiente, necesitamos adoptar un estilo claro y simple que sea fácilmente entendido por aquellos que lo escuchan. Necesitamos reconocer que el apóstol Pablo declaró que ser claro es una obligación (Col. 4.4) y pidió que sus lectores orasen para que Dios lo ayudase a cumplir su obligación. No sólo nosotros oraremos por nuestra predicación, pero también es necesario hacer que nuestra congregación se interese por hacer eso también.

En nuestros esfuerzos para mantener total claridad, necesitamos adoptar un lenguaje que no sea técnico (a no ser que lo expliquemos). Necesitamos evitar terminologías “aburridas”, términos obsoletos y estilo anticuado. Necesitamos proclamar el mensaje de Dios sin entonaciones extrañas, repeticiones vanas o cualquier otra cosa que llame más la atención para sí que para la verdad. Necesitamos permanecer en el fondo del escenario, confiando que Cristo está al frente del mensaje.

Para lograr claridad, usaremos ilustraciones y ejemplos que ayuden a los lectores en la comprensión. Esas ilustraciones y ejemplos necesitan ser escogidos primeramente de las experiencias contemporáneas, de modo que por medio de ellos seamos capaces de demostrar no sólo lo que el pasaje significa en el día a día, que él es práctico, y no sólo teórico, pero también como Dios espera que el lector se apropie de la verdad.

La verdad de Dios no debe ser mesclada desordenadamente en la proclamación. Ella debe fluir inexorablemente del comienzo al fin de manera lógica y racional. Eso significa que un predicador diligente toma tiempo para pensar no sólo al respecto del contenido, pero también sobre la forma en que él es presentado. Predicadores a los que realmente les importa, trabajan para hacer la verdad de Dios tan simple y fácil de entender cuanto sea posible (sin perder el significado), para que su rebaño pueda percibirla fácilmente.

Nuestro deber es predicar valientemente

Predicadores humildes son parecidos con el apóstol Pablo, que pidió por oración para que, “con denuedo” hiciera conocido “el misterio del evangelio” (Ef. 6.19). Ellos recuerdan lo que puede ser llamado de oración del predicador, en que el discípulo oró para comunicar la palabra de Dios con denuedo (Hch. 4.29). Predicadores de este tipo reconocen que la palabra para “denuedo” usada aquí (parresias) y en todo el libro de Hechos, y que caracterizó la predicación del Nuevo Testamento, significa “libertad para hablar sin miedo de las consecuencias.”

Fuente: ADAMS, Jay Edwards. “Nove convicções provenientes do cerne da pregação bíblica.” In ROBINSON, Haddon; LARSON, Craig B. A Arte e o Ofício da Pregação Bíblica. São Paulo: Shedd Publicações, 2009.

2 comentarios

  1. Excelente articulo,lastima de lo lejos que estan la mayoria de las «iglesias»hoy dia.
    Bendiciones.

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  2. Buen artículo, se ajusta a la Palabra de Dios.

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