Forma versus substancia del Culto

Daniel R. Hyde“Bien, esto suena como una excelente afirmación doctrinal y concuerdo con ella; pero, en la práctica, no importa como usted adora, mientras sea sincero y lo haga de corazón, ¿cierto?”. Esta manera popular de pensar separa la substancia del culto de la forma de adorar. Es decir, se asume una división entre lo que tenemos que hacer y el modo como debemos hacerlo. Necesitamos rechazar eso fuertemente como siendo la sabiduría del “espíritu de este siglo”. Como Michael Horton dice:

La forma como adoramos a Dios no tiene implicaciones solamente sobre el contenido de lo que creemos acerca de Dios, sino que también es parte de ese mismo contenido. Buscar separar el estilo de la substancia es no sólo como separar el alma del cuerpo, sino que es lo mismo que decir que podemos obedecer el primer mandamiento mientras quebramos el segundo.[1]

No podemos separar la substancia de la forma del culto, tanto como no podemos separar la teología de sus resultados en nuestra vida diaria. De esa forma, expresamos la adoración que tenemos para con Dios en nuestros corazones, en palabra y hechos (Sal. 29.1-2; 96.8; 99.9; 148.12-13; Mal. 1.11).

La forma como adoramos a Dios es un reflejo de aquello que creemos sobre Dios: “Para que un culto apropiado florezca, las personas necesitan traer en el corazón una concepción apropiada de Dios”.[2] Como otro escrito dijo: “El camino más corto para un culto más rico y más profundo es una teología más clara”.[3] La liturgia es la teología en la práctica. Como los cristianos de hace mucho han dicho, lex orandi, lex credendi, es decir, la ley de la oración es la ley de la fe. En su controversia con los pelagianos, Próspero, un discípulo del gran Agustín de Hipona, usó una frase semejante en su respuesta. Para mostrar la soberana gracia de Dios en la salvación él apeló a las oraciones de la liturgia.[4] Esta es la razón porque “es imposible alterar la forma (práctica del culto) sin alterar el contenido (convicción teológica)”.[5] Más aún, la forma como adoramos determina, en verdad, a quien adoramos.

Las iglesias modernas de hoy siguen este principio de adoración y alabanza con bandas [ministerios], coritos repetitivos, iluminación, etc. Cuando adoramos en una iglesia moderna, nos asociamos a su teología. ¿Ya se preguntó por qué la mayoría de las iglesias comienzan su culto con 20 a 30 minutos de cánticos? Muchos no se hacen esta pregunta. El tiempo gastado con cánticos antes del sermón (actualmente llamado de “mensaje”) tuvo inicio en los avivamientos del siglo 19 en los Estados Unidos. Este largo periodo de tiempo en que se cantaba y cuyos cánticos tenían fuerte énfasis en la experiencia individual y en las emociones al respecto de Dios tenía el propósito de “ablandar los corazones” de la congregación para el sermón y la subsecuente “llamada al altar” para la decisión de aceptar a Jesús (substitutos para el sacramento de la Cena del Señor).[6] El gran avivalista Billy Sunday habla de eso en su biografía autorizada:

Con variadas músicas, la introducción de cada culto duraba entre treinta minutos y una hora. Cuando el evangelista estaba listo para predicar, la multitud ya había sido trabajada en un clima de fervor que la dejaba receptiva a su mensaje.[7]

La razón por que las iglesias comenzaron a usar ese formato fue porque se encajaba con su teología. Muchas iglesias dejaron la doctrina protestante histórica por la pelagiana y semi pelagiana / arminiana al respecto de la naturaleza del pecado y de la gracia. Cuando usted adora de esta manera se está uniendo a una teología que dice que las personas son básicamente buenas o, a lo máximo, enfermos; que pueden llegar a Dios sin la gracia o en cooperación con ella para alcanzar la salvación. El historiador reformado W. Robert Godfrey relata:

Mientras tradicionalmente la música era una parte importante del diálogo entre Dios y su pueblo, para muchos ella se ha vuelto el corazón del culto, al punto de enfrentar ese “periodo de adoración” como una parte distintiva del culto. Para algunos, la música parece haberse vuelto un nuevo sacramento mediando la presencia y la experiencia con Dios, estableciendo un eslabón entre Dios y el adorador. Con los ojos cerrados y las manos levantadas al aire, se repiten frases que ha vuelven mantras cristianos.[8]

Esto es evidenciado en las palabras de Joe Horness, director de música de la Iglesia Willow Creek Community, que dice: “En el corazón del movimiento del culto contemporáneo está el deseo de conectarse con Dios. Para ese fin, usamos la canción que mejor nos ayude a hablar nuestro lenguaje.”[9]

Lo que esto significa para nosotros en términos de nuestro culto es que, por causa de nuestros pecados y depravación, incluso como creyentes, es Dios quien debe llamarnos graciosamente a la adoración. Aparte de su Santo Espíritu, donador de la vida, nunca lo conseguiremos. Siendo así, el culto reformado refleja la enseñanza bíblica acerca de nuestra horrible ceguera en pecado, y acerca del Dios que es soberano y condesciende con nosotros en gracia.

Ya que el culto es un diálogo entre Dios y nosotros, y no es nuestra oferta de adoración o el esfuerzo de nuestro libre albedrío, nuestro culto no sigue la estructura del avivamiento del siglo 19 descrito arriba. Al contrario, seguimos el modelo bíblico de llamado y respuesta: Dios habla en el llamado a la adoración, en el saludo, en la ley, en la absolución, en la lectura y predicación de la Palabra, en la Cena del Señor y en la bendición, mientras que nosotros le respondemos en los cánticos, oraciones y ofrendas. En términos bíblicos, el culto es una ceremonia en la cual Dios renueva sus promesas pactuales con nosotros y nosotros le respondemos con fe y adoración. Dios hizo un pacto de gracia con nosotros en Jesucristo y él renueva ese pacto cada semana en la Palabra y los Sacramentos.

Si usted no concuerda con este modelo, entonces pregunte a Caín como son las cosas. Caín pensó que su propia manera de adorar agradaba a Dios porque lo estaba haciendo con sinceridad y “de corazón” (Gén. 4; Heb. 11.4; Jud. 11). Pregunte a Saúl si él cree que esa es una noción bíblica (1 Sam. 13), o a Nadab y Abiú (Lev. 10.1-11), o al celoso y sincero Uza (2 Sam. 6), o a sus antepasados en el monte Sinaí (Éx. 32), o a Ananías y Safira (Hch. 5) o a los corintios (1 Cor. 11).

 

~ Daniel R Hyde. O Qué É O Culto Reformado? (Ed. Kindle) Os Puritanos / Clire, 2014. Pos. 299.

[1] HORTON, Michael. “Is style neutral”, p. 8.

[2] Joe Horness, “A Contemporary Worship Response,” in Exploring the Worship Spectrum: 6 Views, org. Paul E. Engle e Paul A. Basden (Grand Rapids: Zondervan, 2004), p. 201; cf. Torrance, Worship, Community & the Triune God of Grace, p. 10; Michael Horton, “Is Style Neutral?” Modern Reformation 5: 1 (Jan/ Fev 1996), p. 5-10.

[3] “Worship,” in New Dictionary of Theology, org. Sinclair B. Ferguson and David F. Wright (Downers Grove: IVP, 1988), p. 730.

[4] Peter Toon, Knowing God Through the Liturgy (Largo, Flórida: The Prayer Book Society Publishing Company, 1992), p. 104: 5.

[5] D. G. Hart and John R. Muether, With Reverence and Awe: Returning to the Basics of Reformed Worship (Phillipsburg: P& R, 2002), p. 16.

[6] R. Kent Hughes, “Free Church Worship: The Challenge of Freedom,” p. 147–8.

[7] William T. Ellis, “Billy” Sunday (1914).

[8] W. Robert Godfrey, “The Reformation of Worship,” in Here We Stand!: A Call From Confessing Evangelicals, org. James Montgomery Boice e Benjamin E. Sasse (Grand Rapids: Baker, 1996), p. 162.

[9] Joe Horness, “Contemporary Music-Driven Worship,” in Exploring the Worship Spectrum, p. 109.

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