Desde que llegué a Brasil he tenido poco tiempo para ponerme a escribir o traducir, pero me pidieron que hiciera la reflexión de la Escuela Dominical pasada y lo que hablé ahí es lo que ahora estoy subiendo.
Como llevo poco tiempo aquí quise hablar de una de las cosas que estoy seguro que son iguales en Brasil y en Chile, estoy seguro que es igual en toda la humanidad. Es incluso más seguro que la muerte, pues la Biblia nos habla de hombres que no murieron pero la Biblia sí nos dice que desde Adán hasta los hombres que estén vivos cuando Cristo vuelva los hombres han sido, son y serán pecadores.
Como todos pecamos es importante saber qué hacer con este pecado. Quiero que meditemos en algunos versículos de la parábola del hijo pródigo, que encontramos en Lucas 15:11-32.
Jesús contó esta serie de parábolas que encontramos en Lucas 15 (la de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo) para mostrar el amor que Dios siente por su pueblo pecador. Es una respuesta a los fariseos y escribas que lo criticaban por juntarse con publicanos y pecadores, podríamos decir que las dos primeras muestran sólo el amor de Dios pero en la parábola del hijo pródigo se añade otra enseñanza, es la del verdadero arrepentimiento, es la actitud que debe tener el hombre al darse cuenta de su pecado.
La parábola comienza hablándonos de los pecados del hijo pródigo, primero nos dice que él pidió su parte de la herencia mientras su padre aún estaba vivo.
Hubo un escritor cristiano, llamado Kenneth Bailey que estuvo 15 años en medio oriente para poder conocer sus costumbres y poder así entender con mayor exactitud el significado de las parábolas. Cuando él preguntaba sobre la parábola del hijo pródigo el diálogo era más o menos así:
«¿Alguien ha hecho alguna vez una petición así en tu pueblo?»
«¡Nunca!»
«¿Podría alguien hacer una petición así en algún momento?
«¡Imposible!»
«Si algún día alguien lo hiciera, ¿qué pasaría?»
«Su padre lo golpearía»
«¿Por qué?»
«Esta petición significa—¡que quiere que su padre muera!»
Es lo mismo que si él le dijera “padre, creo que mi vida sería mejor si tú murieras”. Este hijo quería ser un hombre independiente, no quería tener una autoridad sobre él y por eso pide su herencia para irse lejos del padre y poder hacer ahí lo que él quiera. Muchas veces nosotros también pensamos que mientras no nos vean pecando está todo bien. Como la avestruz que esconde su cabeza y piensa que al hacer eso nadie la puede ver.
Estando lejos el hijo se entregó a los deseos de su corazón y el versículo 13 nos dice que “desperdició sus bienes viviendo perdidamente” y el resultado es que terminó haciendo lo peor que podía hacer un judió: pastorear cerdos.
Este hombre pasó de estar bajo la protección de su padre a ser casi un esclavo, los cerdos eran tratados mejor que él. Pero le pasó algo que cambió su vida.
El versículo 17 nos dice que él volvió en sí, que el recapacitó, que él se arrepintió. Eso provocó el cambio en su vida.
¿En qué consiste este verdadero arrepentimiento? Primero el texto nos dice que él reconoció su pecado. Jeremías 8:6 dice que la condición natural del hombre es no arrepentirse de su pecado. Pero el verdadero arrepentimiento trae una nueva conciencia de este pecado. El podría haber pensado “si mi padre no me hubiera dado mi parte de la herencia yo no estaría pasando por esto” o “Dios tiene la culpa de todo lo que me está pasando” pero el arrepentimiento verdadero nos lleva a aceptar nuestra realidad como pecadores.
Esto lo podemos ver en el testimonio del mismo apóstol Pablo: En 1 Cor. 15:9 Pablo dice “soy el más pequeño de los apóstoles”, en Ef. 3:5 “soy menos que el más pequeño de todos los santos” y en 1 Tim. 1.15 él dice que es “el primero de los pecadores.” Estas descripciones están ordenadas cronológicamente. ¿Quiere decir esto que el apóstol pecaba más? Yo creo que no, me parece que lo que pasa es que el apóstol cada día se hace más consciente y se arrepiente cada día más de su pecado.
Pero no basta sólo con saber que hemos pecado sino que el verdadero arrepentimiento es volverse al Padre en busca de restauración. Muchas veces después de pecar decimos “Nunca más hago esto” “Voy a tener las fuerzas para no hacerlo”. En la antigüedad los hombres se castigaban físicamente, pero eso sólo es seguir pecando, es seguir queriendo ser independiente de Dios. El verdadero arrepentimiento es ir a Dios y decirle no puedo, hacer esto vez tras vez. Toda nuestra vida.
Cuando Martín Lutero comenzó la Reforma de la iglesia clavó las “95 Tesis” en la catedral de Wittenberg. La primera de estas tesis era: “Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Arrepiéntanse…”, él ha querido que toda la vida de los creyentes fuera arrepentimiento.”
A simple vista pudiera parecer que Lutero está diciendo que el cristiano nunca va a experimentar progreso en su vida, pues siempre va a estar pecando. Lo que Lutero dice es que el progreso del cristiano está marcado porque él pueda arrepentirse cada días más de sus pecados.
Tim Keller dice en un artículo que se llama “Toda la vida es arrepentimiento” que en el evangelio el propósito del arrepentimiento es conectarse repetidamente con el gozo de nuestra unión con Cristo, con el propósito de disminuir nuestra necesidad de hacer cualquier cosa contraria al corazón de Dios.
Cuando usted peca y se reconoce pecador y se vuelve hacia Dios y le dice Padre soy un esclavo, no puedo con mi pecado. Cuando usted se acuerda que Jesús murió injustamente y pagó el precio por sus pecados. Cuando usted recuerda que la justicia de Cristo ha sido imputada en usted se conecta con el gozo de su unión con Cristo. Se goza al saber que Dios ya perdonó esos pecados y descansa.
Su arrepentimiento no es egoísta, no es para no tener el castigo del pecado. No es justificador, usted no se arrepiente para ser encontrado justo por Dios. No es traumático, usted no vive con miedo sino que vive en la esperanza de Jesucristo.
Mientras más veamos nuestras propias faltas y pecados, más hermosa se ve la gracia de Dios. Y mientras más conozcamos la gracia y el amor de Dios en Cristo, más seremos capaces de abandonar nuestras negaciones y defensas y admitir el verdadero tamaño de nuestros pecados y le pediremos perdón a Dios por ellos.
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